Comienza el año con perspectivas menos halagüeñas de lo que nos esperábamos, con una pandemia que se alarga en el tiempo y que cada vez resulta más pesada de soportar.
Y empieza el mes con una polémica que no por ser habitual pierde interés: el precio de la sidra. Los argumentos son irrefrutables, el incremento del precio de la electricidad ha sido enorme, y una inflacción exagerada provoca un aumento de los costes de producción, distribucción y servicio de la sidra, que el sector está absorviendo hasta el momento, pero que a corto o medio plazo se entiende que tendrá que revertir sobre el consumidor.
Parece evidente que el sector de la sidra –en el que lógicamente hay que incluir las sidrerías- está pasando momentos especialmente duros, puesto que a las limitaciones impuestas por la pandemia y el incremento de los costos hay que sumar una disminución de la demanda como consecuencia de las decenas de miles de asturianos y asturianas en edad de producir y consumir que se han visto obligados a emigrar. Además también influye la destrucción del tejido socioeconómico asturiano y sus secuelas de paro y precariedad, con la consecuente disminución de capacidad económica y de la calidad de vida. Y por último, y no menos importante, el proceso de aculturización que padece la juventud asturiana, que está modificando los hábitos de consumo en detrimento de los productos y las formas autóctonas.
Sin embargo, y pese a todo ello, sigue manteniéndose una importante pujanza del sector, y las expectativas de desarrollo son buenas, por lo que quizás habría que plantearse que el inevitable incremento del precio de la botella de sidra se viera compensado con una mayor calidad del producto, o una mayor diferencia de precios según calidades; y un reconocimiento a la figura y las funciones del escanciador, de tal forma que se diferenciara económicamente una sidra bien servida por un profesional, de aquella –que sin desmerecer su calidad- nos tengamos que servir nosotros mismos con mayor o menor fortuna.
Desde el punto de vista de quienes apostamos por el futuro de la sidra asturiana queremos ver esta situación como una oportunidad de evolución y desarrollo, y estamos convencidos de que va a ser así.
La capacidad de adaptación de este sector a los tiempos y a los cambios está más que demostrado.
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