Comenzó la temporada sidrera asturiana con una Primer Sidre L’Añu heróica, en la que la voluntad y la solidaridad permitieron superar injustificables trabas con las que se pretendió acabar con este evento referencial en el panorama sidrero asturiano.
Comenzó superando mezquindades, y continúa con la progresiva puesta en marcha de la actividad sidrera: llagares, sidrerías, merenderos, fiestas de la sidra, fiestas de prau, eventos gastronómicos… Hay un impresionante dinamismo sidrero que irá a más en los próximos meses, hasta protagonizar en buena medida la agenda festiva asturiana.
Estamos en un buen momento, pendientes de que se haga realidad el ansiado reconocimiento por la Unesco de nuestra cultura sidrera, y algo preocupados por la aparente falta de previsión institucional ante este previsible éxito internacional, puesto que no se tiene conocimiento de programa al respecto, ni se ha avanzado en el reclamado Plan Estratégico de la Manzana y la Sidra, ni en la definición y control de las características que debe tener un establecimiento hostelero para ser considerado sidrería, ni en el reconocimiento profesional y laboral de la figura del escanciador/a.
Lo que sí se está observando es una creciente presencia de la sidra asturiana en los stands institucionales que representan a Asturies en los certámenes turísticos y gastronómicos dentro y fuera de nuestro país.
Se está potenciando el sidraturismo y se constata su progresión. Ahora bien, hay que ser conscientes de que si este apoyo institucional no va asociado a las necesarias medidas de adaptación / definición del sector de la sidra, estamos abocados a acabar siendo una caricatura de nosotros mismos, a acabar ejerciendo de ‘reserva india’ para turistas.
Hay que ser conscientes de que la cultura asturiana de la sidra funciona como reclamo para el turista, ávido de singularidades y nuevas experiencias, pero esta afluencia turística no supone ninguna progresión para el sector sidrero, no supone un mayor consumo del producto ni la potenciación de nuevas variedades de sidra, y muy al contrario, convierte a sidrerías en casas de comidas, donde no se puede tomar sidra porque todo gira alrededor de los menús, y porque la estacionalidad y masificación turística no permite sustentar a profesionales del escanciado.
Son buenos tiempos, pero hay que saber aprovecharlos
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